¡Papá, papá, socorro!
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¡Papá, papá, socorro!
Bien, mi hijo padece de mucha fantasía pero todo tiene un límite. Hace varios días que se queja por las galletas.
—Papá, papá, las galletas de chocolate huyen. ¡No puedo ir a la escuela sin comer!
No es por el coste, pero demasiadas galletas no son buenas para la salud del pequeño.
Y así todas las mañanas durante una semana «¡huyen, huyen!».
Puesto que no es saludable (principalmente para nosotros) conceder a los niños todo lo que piden, empecé a preparar otra comida. Jamón serrano de lo mejor, a ver si huye él también.
—Papá, papá, las galletas me van diciendo que necesitan galletas y ¡ya!
—Mira chico, vete a la escuela, coge tu jamón y fuera, adelante.
—Pero papá...
—¡Fuera!
Esta costumbre empezaba a molestarme y también a preocuparme.
—Papá —gritaba el niño llorando—, me han cortado un dedo —y sollozando desesperadamente...—, y han dicho que si no vuelven las galletas a la mesa, te cortarán la mano. Y van diciendo que no esperarán un minuto más, necesitan mano de obra para la construcción de Chocolandia... sigh... sigh.
Por Dios este chico se está volviendo loco, tengo que buscar ayuda para su dedo y aún más para su cabeza.
—Así, ¿no tengo alternativa, doctor? Bien, urgentemente, bajo hielo, de inmediato el cirujano. Vamos, chico, sin dudar un instante.
Llevaba todo, llave, cartera, hielo, el niño, faltaba la tarjeta sanitaria y después, corriendo al hospital.
—Bien, señor Tomás Santos, adelante, adelante, no tenemos un minuto que perder, a ver qué se puede hacer, vamos, ¡dónde están el dedo y la mano!
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