No se puede dibujar en el cielo
Al igual que todos los niños me ponía repantigado panza arriba cerca de la orilla del río, ojeando el paseo ininterrumpido de las nubes. Buscaba elefantes, caras de Papá Noel, bergantines andando... y aún, empezaba ya a mirar, así acaso, si también recorrían el cielo algunas chicas bonitas.
Como era cansante esperar todo el día sin perder de vista la cola del desfile, por refrescarme ponía en la cumbre de las alturas cercanas una enorme cisterna de cristal trasparente, llena de distintos niveles de Coca Cola, chinotto, aranciata San Pellegrino, cedrata, así que cuando me encontraba la garganta seca por el duro trabajo del mirador, con un salto olímpico me hundía bebiendo en los varios estratos de estos líquidos deliciosos, hasta difluir del grandísimo grifo puesto debajo del tanque y necesario para no ahogarse.
Bien, puede parecer extraño en un crío de 6 años, pero ya entonces valoraba mi tiempo, así para no dispersar las visitas al río, reutilizaba estas diversiones posmeridianas inmortalizándolas por la mañana en mi dibujo escolar.
Pintaba con éxito cielos llenos de nubes multicolores, agradeciendo jirafas, conejos, hormigas, pollos y todas las entelequias que tan gentilmente habían posado para mí en el cielo.
25 años después, en las aulas de pintura de la Reale Accademia Clementina, he vuelto a pintar nubes frente al Profesor que me contestaba:
—¡No me parecen nubes! No hay nubes así en el cielo. ¡No se puede dibujar eso en el cielo!
—Vale. Y entonces, ¿por qué los niños el cielo lo pueden pintar?
Y lo envié de inmediato en el tanque con el grifo cerrado. .
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