El campo de luciérnagas
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El campo de luciérnagas
Normalmente cuando se empieza un cuento es para contar algo que ha ocurrido, o algo que podría ocurrir, o también algo que no podrá ocurrir jamás. Bien, en esa historia todo eso sucederá.
«Si un hombre es viejo no hay nada mejor que volver a la infancia; es agradable y tiene otro olor, también la gasolina parece más odorante y bonita.
Los coches rozaban fatigosamente las montañas y el río no se cansaba de gastar su tiempo andando y marchando. También los grillos parecían pura energía llamándose sin pararse un momento, todo arrancaba sin un lamento.
¡Y ahora qué! A ver donde se puede ir... sin falta al día más mágico para un niño, el tiempo de la cosecha, cuando por la noche se podían mirar miles de estrellas revolotear ligeras y curiosas en el aire, mientras preguntaban al cerezo y al higo:
—¿Quién ha cortado nuestro campo de centeno?
Pronto y presuroso sigo cogiendo cientos de estrellas en las manos, les miro parpadeando, y de verdad pensaré a cada lucecilla que vuelva al cielo como a un deseo por mi vejez, así que jamás necesite volver. Ya no tengo tiempo ni ganas de viajar».
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