El ciego (Generación matusalén)
La mañana cuando lo deseo, los párpados nunca se abren, por eso les hablo con ternura y tanta molicie, confío que me entreguen a mí también un poco de su talento.
Normalmente les permito despertar a tiempo por si acaso dispongan planear a dónde irse; por supuesto no se lo puedo decir yo, ni barruntar, ellos mismos lo aciertan tras moldearse y matizar la piel, y jamás me han decepcionado en sus recorridos mañaneros.
Después de unos frémitos y un atisbo de movimientos, despliegan sus alas naranjas y negras en espera de cobrar energía, y subir milagrosamente en la gloria de Dios para lucir sus libreas.
Con la misma trepidación yo también espero, para mirar todo lo que ellos/ellas ven, si bien azorado y disminuido por la cortina negra que me aparta de las ilusiones que perciben los demás.
Hoy es un día extraordinario, muy especial, y no quiero asustarlos/las, les espera un largo viaje.
Al desprenderse de mi cara cariñosamente (sin disfrutar ni de un aliento) se libran discretos/as en un vuelo de incertidumbre direccional. Mariposas Monarcas extendiéndose al aire, estupendamente y obsesivamente rodeándose una a otra, hermanas, para irse nuevamente a su comienzo, raíces, principio, inicio. Quedo silente en la litera mirando por sus mosaicos de lentes corneales... ya lo veo todo, Heroica Zitácuaro, los tupidos bosques de oyamel con sus ramas en forma de cruz oscureciendo maleza y venenillo, y entre los árboles, escondido, el lugar más rebosante de vida por cm3 de todo el planeta, el Santuario.
¡Madre mía, cuántas hermanas tengo aquí!
Me gustaría hacer lo mismo volando ligera, aunque soy demasiado pesada con la litera para librarme al cielo. .
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