El hombre que no quería jugar a cara o cruz
Se dice que cuando un hombre escoge vivir, después no tiene más ningún derecho sobre su propia vida. Todo ya ha sido escrito en el fatum no falta decir nada. Entonces por qué responder a las preguntas que te pone la vida, no es correcto jugar en contra de tu propio destino.
Así que cuando la voz me ha demandado por primera vez:
—¿Qué quieres, hombre o mujer?
No he contestado nada. Ni también cuando me ha solicitado nuevamente:
—¿Entonces, pequeño o grande?
Y de la misma manera aún me he quedado mudo a su instar:
—¿Y qué prefieres, feliz o enfadado?
No he devuelto ninguna respuesta. ¡Esto ha ocurrido por toda la vida hasta hoy!
Hace unos pocos minutos que la voz como siempre, me va inquiriendo con molesta determinación:
—Bien, vamos a ver si me vas a contestar esta vez. ¿Vida o muerte?
No sé si ha sido justo y honorable por mi parte no tener el vicio del juego sobre mi vida, jamás he tirado al aire la moneda para decidir algo. He elegido para mí la nobleza del destino, pero ahora me parece lamentable encontrarme así, dando vueltas en el aire ladrando lamentosamente bajo un lienzo blanco, sin rasgos de sentimientos en la cara y además de una altura casi parecida a la de un enano, y por Dios también hermafrodita. .
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