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Azulete
Cuando los hombres de la Luna subieron a África, les resultó asombroso y raro pensar que bajando por un cráter, uno mismo se podía trasladar a miles de miles de miles de lunares1 al centro de la Tierra, hecho de por sí desconcertante que todavía no ha sido explicado. Pero así ocurrió, y si no fuera por la sorpresa inesperada de encontrarse bajo tierra subiendo, la verdad es que no, no se podían quejar.
«Por fin aquí, en el planeta conocido por poetas y cantores como Azulete», se decían entre ellos tendidos en el suelo mirando la bóveda celeste.
Inspiraron el aire caliente y especiado de la sabana saboreándolo, y retorciendo los labios gruñeron «Mummm».
Al incorporarse por el acre olor, se percataron del fluido guanoso más allá de las nubes de moscas; curiosos, comprobaron también eso con yemas y labios y exclamaron «¡Mahhh!». Mirándose cara a cara reflexionaron sobre lo que habían cantado sus bardos.
Aunque en las rimas instaran a que subieran y no a que bajaran, allí estaban, pero los aledaños no parecían tan acogedores como en sus cuentos.
«Amor pica, amor gladio, amor arma, que nos regañe siempre la verdad; disgregándome, menudo gladiador vuelvo grano y semillas que ni Azulete el bondadoso podría contener.»
Y además.
«Silente Azulete silente, que se cuida de nosotros sumando estrellas fugaces en su ancho vientre...»
¡Todo lo de aquí no existe! Ni negras sombras de la eternidad, ni polvo estelar donde ocultarse al pasar las selenitas, nada de los Cantos lindos. Solo rugidos estruendosos y vibraciones agachándonos bajo los helechos al pasar los dinosaurios. Y subidas veloces, encaramándose deprisa a lianas y secuoyas unos centímetros más alto de los que meriendan con las garras.
Aquí está el verdadero Averno enclaustrado del que nos hablaban los antiguos sabios: tierra-suelo fluida que te traga hambrienta, serpientes de llamas ensordecedoras surcando oblicuas bajo el cielo, y después fuego sinfín que todo lo arde.
Cada viviente de este lugar te va buscando, te brama, te desea, te necesita y quiere comerte apasionadamente. Los que vuelan lo desean, los que deslizan, los que nadan, también las plantas lo intentan, siempre, constantemente, ¡comerte!
No hay cráteres para volver a casa, merodeamos Azulete de cabo a rabo y no hay, los que encontramos subiendo montañas empapadas de azufre están llenos de agua de fuego, si están enfadados, la van escupiendo al cielo y vuelve a la tierra roca candente.
¡Dios mío, ninguna duda, seguro que hemos llegado al infierno!
Todo lo que nos rodea inesperadamente apunta gozando a la espera de masticarnos.
No hay manera de volver, aquí estamos...
Somos gente amable y corteses los de la Luna, hasta que dinosaurio se tragó a Eliodoro pensando que era un pimpollo por el color lunar de su epidermis. ¡Vaya, los matamos a todos! Lo mismo les ha ocurrido a los mamuts, han aplastado Amígdala de Osiris. Con sosiego hemos aniquilado tigres de dientes de sable, archaeopteryx, cocodrilos jabalí, dedos alados, también plantas que se comen a los niños, a los adultos y a los mayores.
Después, de igual modo los otros. ¡Algo han hecho, así han desaparecido!
Vamos a cambiar este infierno.
Los lunáticos somos hombres honrados que tienen una sola palabra y si no encontramos la manera de volver, pase lo que pase, los eliminamos a todos de aquí, igual que en la Luna.

1 Unidad de medición lineal en uso entre los selenitas, correspondiente más o menos a 100 pies de Tyrannosaurus rex.
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