Desavanzando López
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Desavanzando López
¡Coño!
Mi vida ha sido un infierno y tengo que contarlo a todos esos papaítos atontados.
Desde pequeño cada día mi horizonte se ha reducido avanzando atrás. Cualquier acto hecho milagrosamente se volvía en nada; no el prodigio de un ángel sino el hechizo evocado por la misma sangre.
Desavanzando, éste es mi nombre, o mejor, el nombre que mis padres me han puesto. No sé por qué, si estaban borrachos ellos o el hijo de puta detrás del escritorio del Ayuntamiento. Nunca ha sido aclarado.
¡Bien, así es!
—Desavanzando López... ¡que tengas suerte!
Y desde aquel momento todo ha ido mal.
No quiero atormentaros con mis cuentos de niñez, pero ya en aquel primer viaje se desplegaba el sentido de mi vida. Como un pollo entre los brazos de mi madre encaramada al carro, volvía a casa tartamudeando con las mandíbulas mirando atrás. Entretanto los bueyes defecaban.
¡Conque, fue muy malo desde los primeros instantes!
Aún pequeñito, cuando me llamaban, por intentar ser coherente me desplazaba por la casa a cuatro patas llegando antes con el culo que la cabeza. Así que para solucionar el problema mi madre empezó a apodarme Ando.
Y más. A la edad escolar, cuando por la mañana salía adentrándome por los coladeros, de ningún modo llegaba a la escuela porque siempre los vecinos me saludaban.
—Hola Desavanzando.
—¿Qué tal Desavanzando?
—¡Qué pinta que tienes hoy Desavanzando! Y por agradecerles eran más los pasos atrás de los que hacía adelante.
De modo que para arreglar las cosas mi madre cada día se cargaba en sus espaldas el pequeño Ando, que al llegar a la escuela se convertía (también administrativamente) en Desavanzando, añadiendo a eso las consecuencias que comportaba.
¡No soy yo malo, es mi nombre!
No me faltaba voluntad. Tampoco me gustaba oír las risitas tontas de los enanos que me rodeaban a lo largo de la mañana canturreando:
—Desavanzando... Desavanzando... Desavanzando...
Para terminar con ellos, por la tarde después de una fugaz comida me aplicaba testarudamente a leer libros escolares, y lo que conseguía aprender en casa como Ando lo desasimilaba el día siguiente en la escuela como Desavanzando.
Así era el sombrío panorama de mi vida, y cada día me volvía más pequeño para desaparecer, ¡porque la situación lo demanda!
Sin honor, sin valor, siempre más pequeño, más pequeño, culpable para huir de los ojitos malvados, culpable para rendirse al hado, culpable para no tener culpa, y más pequeño, más pequeño, para desaparecerme.
Señores padres, no se vayan borrachos a elegir el nombre de un niño, no solo por lo complicado que es ahora mi vida sin casa ni hogar, sino porque me estoy aburriendo y padezco frío, puesto que no encuentro manera de volver atrás en el escroto de mi padre.
Para sobrevivir a esta vida malsana no tengo otra posibilidad que ofrecerme voluntario como espermatozoide por la fecundación asistida. Y si vuelvo a nacer, sean quien sean mis progenitores, si no quieren que les corte la garganta, esta vez cuidado en elegir mi nombre.
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