El hombre laaargo (Héroes modernos)
Back Gallardo no era un hombre perezoso, se presentaba excelente de genio y figura, todavía algunos lo podrían definir como una rareza por su porte laboral.
Gallardo era un camarero de larga data, a la apariencia medía a reposo 180/190 centímetros variables.
Por la mañana y por la tarde al empezar su trabajo se ponía cercano a la ventanilla de la cocina, y al llegar el pedido, extendiéndose desplazaba libaciones fluctuando platos entre las mesitas de hierro estilo Belle Époque sin despegar el trasero del taburete.
Aunque sus brazos parecían tiernos, blandamente deslizaba flexible en el aire ondeando a su destino, y a pesar del recorrido movedizo no vertía ni una gota de caldo al suelo.
Todo esto era algo provechoso y rentable para la actividad, también una forma de publicidad excelente para el restaurante nombrado expresamente y no acaso Tiramolla. Sin embargo no faltaban problemas logísticos y de modales, no solo porque alargándose entre los veladores más lejanos necesitaba un tiempo antes de retirarse (y entretanto niños, mujeres, abuelos, y los que tienen que pagar la cuenta trompicaban en él por alcanzar la caja), mas principalmente por su falta de sentido del humor, que por un ejemplar tan elástico indudablemente tendría que ser una regla despedida con el mismo nacimiento, no fuera que por las bromas de los más estúpidos en busca de revancha a sus limitaciones.
Así que al levantarse los clientes del suelo (después de tropezar en sus extensiones aún no retraídas), empapándose de aceite y vinagre por la caída de las mesitas laterales, a menudo se deshacían de sus telarañas interiores de la forma más desagradable posible, imprecando y apostrofándolo con suficiencia, y con frases del tipo: «También pueda parecer una utopía, los monstruos han regresado».
Normalmente en estos casos un camarero se excusa por lo ocurrido, pero como ya he dicho antes, B.G. no tiene gracia y falta de disponibilidad de carácter; con su mirada parecida a un anzuelo, si está de buen humor se limita a demandarlos elocuentemente a una excursión a caballo de un tetraedro, diversamente, si no está de buen humor, les propone una alquímica visión de sus tafanarios condecorados centralmente con pepino de la casa.
Todo eso todavía no tiene relevancia (si no marginal) por el análisis de los graves hechos criminales que vamos contextualmente a evaluar.
B.G. como da reglamento salarial tiene derecho a un día de descanso semanal. En esa circunstancia se pone literalmente a su propio servicio disponiendo piernas y adiposidades traseras a descansar pesadamente plomadas al camastro y utilizando elásticamente la parte superior por despachar el quehacer rutinario: incumbencias administrativas, tomar a la esquina cigarrillos y cebolla, leer novedades en muestra en la marquesina del autobús, y tras completar sus tareas, dar un paseo por la noche a lo largo de las ramblas...
—¡Alto ahí, manos arriba! Soy tu atracador. ¿Qué tienes en el bolsillo?
—¡Nada!
—¿Y en la cartera cuánto dinero tienes?
—¡Nada! No lo ves que soy alargable, el monedero se queda en casa protegido por mi culo.
—Entonces la puerta está todavía abierta, ¡nos vemos en tu casa! Todo esto es muy divertido —le contestaba el ladrón—, igual que hacer el colibrí.
Y voló para atrás mirándome a la cara. .
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